Introspección: semana 1 de cuarentena.


Apagué la luz, prendí unas velas, me froté aceite esencial en las muñecas y luego de meditar, vine a escribir.

Llevo meses con ideas bailando en mi cabeza que aún no se pueden ver, buscando tiempo para trabajarlas, dependiendo del tiempo y voluntad de otros, con muchas ocupaciones, compromisos. Con cambios que mi cabeza vivía pero que no podía ejecutar, y eso me hacía sentir estancada, triste. 


Siempre digo que la naturaleza es perfecta y Dios, con ella de acuerdo, hace todo en el tiempo correcto. ¿Quién iba a pensar que se iba a detener el tiempo? ¿Y que al detenerse el tiempo para mí y para todos, yo iba a poder al fin tener un espacio dentro de ésta vida agitada para entrar de puntillas en mi mente y mi alma, y entender qué es lo que quiero, qué me hace falta?
Muchas noches llegaba cansada del trabajo y mis papás igual de agotados, ya sólo a dormir. ¿En qué maravilloso mundo nos mandan a todos a casa, a disfrutarnos, a crear un propio horario, a vivir a nuestro tiempo, con nuestro ritmo, con los que amamos… Y además, con la motivación de que nuestra quietud puede salvar la vida de otros tantos, empezando por los nuestros?


El vaso puede verse medio vacío. Y honro las vidas de todos aquellos que unidos al fuego se han transformado en el polvo que hará las estrellas. Todo es muy triste afuera, a alguna gente poco le importan los otros. A muchos tantos, las mascarillas les cubren el rostro, pero en sus ojos hay miedo. Yo puedo verlo y eso me asusta. He llorado. En silencio he llorado y me he preguntado cuál será el propósito de toda esta crisis en mí.

Respiro consciente.

Vuelvo a ver el vaso medio lleno, a emocionarme por mis sueños, a trabajar día y noche por lograrlos. A aprovechar que tengo a mis viejitos vivos y a salvo. A probar cosas nuevas, a disfrutar las cotidianas, a intentar las que deseaba, a retomar las pendientes. Me encanta ver a mis sobrinos, a mis hermanos, a los amigos y a los primos reunidos en la pantalla conversando, recortando distancias. ¿Por qué no hacíamos eso antes? Debemos hacerlo siempre. Eso me hace valorarlos y pensar en lo frágil de la vida y en lo bonita que es la mía por tenerlos.

Mi peor enemiga es mi mente cuando está triste, pesimista, preocupada, ansiosa. Entonces también la alimento de cosas buenas. Cada mañana al despertar agradezco, hacemos ejercicio en familia, en las noches un poco de yoga y antes de dormir medito. Estoy aprendiendo a callarla cuando no tiene nada bueno que decir. Estoy aprendiendo a ser su amiga, a entenderla. Estoy atendiéndome, ayudándome. Yo me extrañaba, cuánta falta me hacía. En todo ese remolino estoy abrazando con paciencia mi oscuridad, transmutándola.

Éstos días encerrada me han conectado conmigo, con mis ideas, con mis silencios. Y también con Dios. Quiero estar siempre como he estado en éstos dias.

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